jueves, 31 de diciembre de 2009

Las sublimes enseñanzas de la antigua masonería críptica

Este artículo ha sido publicado en el blog Rey Salomón el 27 de febrero de 2005

Por el Q.H. Cuauhtémoc D. Molina García
Logia CONCORDIA No. 1. Xalapa, Veracruz, México.
Gran Logia "Unida Mexicana" AA. LL. y AA

El Rito de York de la Masonería tiene a los grados del Consejo como elementos centrales del simbolismo de la construcción simbólica y filosófica del hombre. Los grados crípticos contienen una belleza sin igual y una significación suprema que alude a los momentos íntimos vividos por Hiram Abif mientras éste se concentraba para realizar sus oraciones acostumbradas en el lugar reservado para ello, y justo cuando aparecen en su vida los célebres compañeros que buscan arrebatarle los secretos del Gremio. Se denominan «crípticos» por escenificarse y aludir a los sucesos ocurridos en la cripta subterránea, debajo del templo del Rey Salomón. El término «críptico» significa secreto, oculto, velado, y corresponde al adepto descubrir su contenido y significado esencial, el cual se representa en la Masonería por medio de la Palabra Sagrada.

La Antigua Masonería Críptica se centra en torno a la historia de la pérdida, recuperación y preservación de la Palabra. En el simbolismo magnífico de nuestra Orden, «la palabra» ocupa un lugar preeminente en la estructura de los grados y en el contenido de sus enseñanzas, pues «la Palabra» constituye el leit motiv del carácter iniciático de la Masonería, pues representa nada más y nada menos que la búsqueda de los propósitos centrales del hombre en la vida, pero también representa la naturaleza de Dios. En este sentido, «la Palabra» no es sino un símbolo que alude a la búsqueda esencial del hombre durante su vida terrenal; la Palabra perdida durante los sucesos narrados en la Logia, recuperada en el Capítulo y preservada en el Consejo, encierra dentro de su simbolismo la esencia misma del secreto de la Orden, secreto que una vez develado solo adquiere significado para aquél que ha sabido encontrarle y valorarle. Nadie, con dos dedos de frente, espera que los secretos de la Orden se reduzcan a significantes fonéticamente pronunciados, pues de otro modo ellos desempeñarían el mismo papel que los “paswords” usados para acceder a los cajeros electrónicos o a nuestras cuentas de correo.

Los trabajos ulteriores de la auténtica Masonería iniciática no pueden realizarse en la Logia, pues nuestro Arquitecto Hiram Abif no evocaba la Palabra en el seno de ésta, sino en la Cripta del Templo, en la B. S., ahí donde acostumbraba realizar sus oraciones en punto del medio día, y por lo mismo únicamente en el seno de ésta es como pueden reencontrarse, pues según los hallazgos narrados en nuestros grados, fue ahí donde la Palabra fue recuperada. La recuperación de la Palabra, referida con los sucesos escénicos que los candidatos emulan por virtud del Ritual, no es sino el reencuentro del hombre consigo mismo, es el acto reflejo de la más profunda introspección, es el hallazgo de su propio Ser, o si se quiere, el encuentro con la convicción de haber reconocido aquéllas cosas por las que realmente vale la pena vivir. Encontrar la Palabra es apreciar el verdadero sentido de la vida, tanto como advertir el más profundo alcance espiritual del significado de Dios. Por el contrario, cuando la Palabra se pierde en realidad no se extravía un fonema, sino todo un significado que trasciende el orden material de las cosas y que cala en lo más profundo del Ser. Perder la Palabra es como perder el lenguaje, es decir, disipar de pronto la magia de los significados y la forma divina de acercarnos a la realidad, de abrazarla y sujetarnos a ella. Perder la Palabra es perder el camino y caer en el caos sin poder recuperar el orden.

Todo este esfuerzo de recuperación, una vez consumada la caída del Hombre representada por el drama sufrido por nuestro Maestro y Arquitecto Hiram Abiff, es un aliento que se conduce por el camino de la iniciación, y ocurre en el seno mismo de la B. S., que no es otra que el regazo mismo de nuestro Ser, y también es nuestro mundo interior subyacente en el plano espiritual de la vida. Por ello, la Antigua Masonería Críptica celebra sus trabajos “en el otro lado”, en el lado púrpura de la espiritualidad más profunda, al pie del IX A., cuando ya el sentido material de la existencia ha sido abandonado y el masón se ha sublimado a las esferas de lo verdaderamente valioso y superior.

De esta suerte, los trabajos del Capítulo de Masones del R. A., se ven coronados majestuosamente por la belleza de forma y contenido de la Antigua Masonería Críptica, la cual finalmente nos enseña que la muerte no es sino el principio de la vida, y que si el primer templo de nuestra vida transitoria se halla en la superficie, tenemos en realidad que descender a la Bóveda de la muerte antes de que podamos encontrar el sagrado asiento de la verdad, asiento representado por nuestro segundo templo, el templo escarlata de la Vida Eterna. Por esta razón el candidato a la Logia debe expresar su fe en Dios y en la vida eterna, es decir, en la Inmortalidad del Alma. Es así como el Rito Críptico “completa el círculo de perfección” planteado por el simbolismo masónico.


II

La acción práctica de la Masonería parte de un principio esencial del humanismo: el hombre, si quiere, puede cambiar para su propio beneficio y para su perfeccionamiento interior y exterior, personal y social. No es él una piedra en bruto o un árbol que crece torcido, y por lo mismo condenado fatalmente a no reemplazar sus malos hábitos, actitudes y desempeños ineficientes. El pensamiento lateral combina perfectamente con el pensamiento racional, y ambos impulsan los hálitos de perfeccionamiento y evolución espiritual mediante el trabajo interior, el aprendizaje permanente, la innovación y la creatividad, el liderazgo y la excelencia humana. De esta suerte, la Masonería enseña, desde la Logia, que “el mundo es como somos nosotros”, y que, por lo tanto, si queremos cambiar el mundo “primero debemos cambiar nosotros”.

Muchos masones no entienden este principio fundamental, y aún así pretenden que la Orden salga a la calle sin estar ellos debidamente preparados para enfrentar, como masones, el mundo social. ¿Qué mensaje profundo, no retórico, podremos llevarle al mundo profano si no acabamos por comprender la esencia verdadera de la Masonería? ¿Qué papel estratégico podremos representar en la sociedad si entre nosotros mismos no somos capaces de mantenernos unidos y juntos y en armonía? ¿Cómo podremos contribuir a ordenar el mundo si nosotros no acabamos por entender a cabalidad las sublimes enseñanzas de la Orden? Hay aquí la necesidad de entender dos principios primordiales: el primero es que la Masonería, en realidad, no tiene otra cosa que hacer más que hacer masones. El segundo principio es que a la Logia no se va a discutir, pues el verdadero trabajo masónico empieza cuando todos estamos de acuerdo en lo que somos y en hacer lo que debemos hacer: formarnos espiritual y moralmente, intelectual y socialmente. El trabajo de la Masonería empieza en el seno de todos y cada uno de nosotros, y de manera lenta, pero eficaz y profunda, se va realizando en la sociedad.

Así, la Masonería busca mejorar la comunidad mejorando al individuo; los Consejos de Masones Crípticos tratan de ofrecer mayores oportunidades a sus miembros para que mejoren sus habilidades de innovación creativa, de liderazgo en sus trabajos y en sus comunidades, para hablar bien en público y para relacionarse exitosamente con sus semejantes. El mensaje de la Antigua Masonería Críptica alienta a sus miembros a ser los mejores líderes en sus barrios, colonias, oficinas, empresas y centros de trabajo; en la comunidad y en general en el seno de sus organizaciones, ya sean éstas deportivas, eclesiales, sindicales o políticas.

El Rito de York nos enseña a expresar públicamente nuestras enseñanzas masónicas con discreción, talento y dignidad. Por ello, sus Logias, Capítulos, Consejos y Comandancias, laboran al lado de otras organizaciones, masónicas y profanas, en el servicio a la comunidad, para demostrar que tales enseñanzas son una forma de vida y que el masón es capaz de trasladar fuera de sus cuatro paredes los principios, los postulados y las enseñanzas de la Antigua Masonería Críptica del Rito de York.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

La Tradición

El QH Víctor G.·., en su blog Masonería Siglo XXI, nos aporta esta traducción de un artículo aparecido en la revista Points de Vue Initiatiques, de la Gran Logia de Francia, en su número 133 de enero de 2005, y cuyo autor es el H.·. JF Pluviaud. Aunque no es el objeto de este blog, textos de calidad como éste enriquecen y animan al masón a la reflexión. Por su interés, y agradeciendo al Hno Víctor su trabajo, lo publicamos.


La Transmisión es una de las palabras fundamentales de la Masonería. Se nos presenta como un deber inexcusable, una de las finalidades específicas de la Orden. Como ocurre con la mayor frecuencia, le compete a cada masón (es algo intrínseco a nuestro método) descubrir qué es aquello que está obligado a transmitir, cómo debe transmitirlo y, sobre todo, a quién debe transmitirlo.

En primera instancia, la transmisión tiene que ver con la perpetuación de la vida; pero también, por extensión, con la perpetuación en el tiempo, a través de una cadena de transmisión humana, de una idea o de un comportamiento determinado. ¿Qué sentido cobra entonces la transmisión en la Masonería? Un masón no debe conformarse con cualquier respuesta a esta cuestión, con una idea vaga; pues requiere de una reflexión para encontrar y dar el sentido correcto a la palabras y a las ideas.

La Orden Masónica halla su fundamento en una Tradición, que contiene y da expresión a lo esencial de la vida iniciática y en particular a cuanto concierne al papel y al lugar del hombre en el universo. La Tradición no es “la Verdad”, objeto de la búsqueda de los masones. La Tradición es, simplemente, la búsqueda de una respuesta para la pregunta primera que ya debió plantearse el hombre al convertirse en sapiens-sapiens : “¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí?”.

La Tradición es obra de los hombres, lo que quizás no resulte demasiado gratificante para algunos de ellos. Pero una Tradición es algo muy diferente a lo que solemos llamar “las tradiciones”. La Tradición es original, fundacional; las tradiciones contienen y expresan las creencias de un grupo determinado y son generadas por ese mismo grupo; dependen de la existencia de éste, son contingentes. A la misma pregunta, única, constante y universal, se ha dado una diversidad de respuestas de diferente naturaleza y de ellas han surgido las distintas religiones y, en consecuencia, las civilizaciones. En Occidente, la respuesta más frecuente ha recurrido a la verdad revelada y al correspondiente teísmo. Otras posibles respuestas se apoyan en postulados metafísicos y espiritualistas acompañados de todo un sistema moral y del comportamiento y de las implicaciones que de él caben deducirse.

En la Orden Masónica los diferentes Ritos se prefiguran en función de las tradiciones a las que están asociados, todas ellas interpretaciones específicas de una misma Tradición primera y sus diferencias atañen también al modo en que son puestas en práctica. La propia Orden es la responsable de la Tradición fundacional, cuyo olvido o modificación supondría una desnaturalización del pensamiento masónico en su conjunto y afectaría incluso al sentido mismo de nuestro compromiso con él. La primera responsabilidad de la Orden consiste, pues, en asegurar la transmisión de la Tradición, expresión del fundamento de nuestro empeño y camino iniciático, de la doble naturaleza del hombre –espíritu y materia-, y de la necesidad absoluta que éste tiene de restablecer el equilibrio entre ambas naturalezas, si quiere cumplir su proyecto de transformación de la humanidad.

Pero si la Orden es la responsable de la Tradición, esto no implica que la haya recibido en depósito oficial ni que sea su propietaria exclusiva. En caso contrario no nos hallaríamos muy lejos de una forma de revelación, acontecimiento totalmente antinómico con el hecho masónico. La masonería es una propuesta que se hace a los hombres para que encuentren el sentido de sus vidas y nunca ningún masón ha pretendido que se trate de la única respuesta posible o de la única solución imaginable; es una vía entre otras, aunque su coherencia y sobre todo las perspectivas que ofrece le confieren un atractivo innegable.

La Masonería ha heredado un método que, a través de los siglos, se ha ido enriqueciendo con cierto número de procedimientos, de maneras de ser que ya le son propios y que suponen un modo de llevar a la práctica una metodología iniciática universal. El conjunto constituido por la búsqueda de respuesta a la cuestión existencial, más todas las implicaciones derivadas de esa misma búsqueda –incluyendo elementos comportamentales- es lo que se denomina por extensión como “Tradición masónica”.

La Tradición de la que la Orden es depositaria ha sido elaborada a partir de una interpretación propia de la Tradición primera, de una lectura específica de ella, y de la tradición humanística de la que se reclama el pensamiento occidental, con una mirada particular que nace de una sensibilidad también particular. Quienes nos adherimos a la Masonería lo hacemos por afinidad con esta visión de la naturaleza del hombre y de su misión existencial; una visión con la que nos identificamos con precisión y que nos identifica, una visión de la que nuestra Orden es depositaria y responsable, una visión que la misma Orden ha construido. No hay en ella presencia alguna de la revelación: son los hombres, armados sólo de su inteligencia, de su “espíritu” y su incoercible necesidad de saber, quienes han formulado las etapas de esta búsqueda destinada a conjugar su angustia vital. Para el hombre que ingresa en la Masonería, aquél que comienza a hacerse preguntas y, evidentemente, a imaginar las respuestas sobre la naturaleza de sus mismos aspectos constitutivos, se produce una especie de revelación a partir de este acceso a la conciencia de sí mismo: la revelación de la idea.

Esta Tradición, que constituye el alma y el corazón de la Masonería, es lo que debe ser transmitido. Sin embargo, debemos tomar conciencia de que dicha transmisión sólo puede realizarse en el tiempo, en el largo plazo, no en el espacio de una sola vida sino a escala de todo el género humano. Para que pueda llegar a convertirse un día en una realidad para todos los hombres, es necesario que esta Tradición permanezca inmutable a través del espacio y del tiempo; por tanto, es necesario que sea transmitida en toda su integridad y su autenticidad. Y tal es la misión de nuestra Orden.

Para asumir su elevada misión, a partir del principio anteriormente insinuado (“sólo lo vivo transmite y sólo lo vivo puede ser transmitido”), la Orden masónica hace vivir la Tradición en los seres gracias a la vivencia de los principios masónicos. Al dotarlos de vida, la Masonería logra que esos principios puedan ser transmitidos ya que “estar vivo” es la única condición indefectible para la transmisión.

La Masonería, por sí misma, no transmite nada: forma hombres, iniciados en la vivencia de sus principios y son estos hombres quienes, a su vez, los transmitirán a otros hombres formando una cadena de iniciados que, ésta sí, asegura y garantiza la transmisión. No hay que confundir el principio fundador y el mensaje que contiene en su seno (mensaje que, a pesar de las vicisitudes de la Historia, debe mantenerse vivo y atravesar el tiempo) con los procedimientos de formación del hombre en tanto instrumento de la transmisión. Son procedimientos idénticos en su esencia pero contingentes en su forma. La Masonería suscita y construye hombres que darán vida a los principios al vivenciarlos, y así lograrán transmitirlos. Sin la acción de tales hombres la Masonería sería letra muerta, una mera curiosidad intelectual.

Es esta la Tradición que estamos obligados a transmitir como mensaje a todos los hombres de buena voluntad.

El deber de la ejemplaridad.

La cuestión no es, pues, la de saber qué se ha de transmitir, sino cómo podemos transmitirlo. Hoy, los masones dejamos a nuestros sucesores unos trazos e indicios muy concretos: escritos, rituales, procedimientos.., lo que los masones operativos denominaban un “saber hacer”.

Todo eso es muy útil e importante, pero no es suficiente; porque, a pesar de todas nuestras precauciones, ese “saber hacer”, ese método, se perderían o se desviarían si no alcanzamos a transmitir su razón de ser. El conjunto de nuestra Tradición no puede resumirse o traducirse a unos cuantos discursos, palabras o escritos. Ser masón es un estado, una manera de pensar y de vivir. El método adecuado para transmitir esta esencia es simple. De hecho, sólo hay uno: vivir. Vivir la Masonería en todo cuanto implica. Lo que da forma a eso que conocemos como “ejemplaridad”: Seremos creídos sólo si somos creíbles; seremos respetados sólo si somos respetables.

Esta forma de transmisión, la “ejemplaridad”, es la primera y más importante de todas. Sin ella, sin los comportamientos que implica, todo resulta una simple ilusión. Cualquiera que sean nuestros principios y teorías, no serán sino letra muerta si no los practicamos, si no los vivimos.

Cada masón está llamado a transmitir la Masonería viva. Y la transmitirá siendo él mismo Masonería, pues los masones no somos, ni individual ni colectivamente, más que transmisores, ejemplos vivos. Nuestros comportamientos son los responsables de la supervivencia de la Orden.

Transmitir, si, pero… ¿trasmitir a quién? Si dijéramos que a todos los hombres, diríamos una profunda verdad. Sin embrago, tal respuesta ha de ser convenientemente modulada.

A los Hermanos masones, en primer lugar, además de los principios que constituyen lo que podríamos denominar “la gran idea”, hay que transmitirles el método, los usos y costumbres, los comportamientos, los procedimientos y el vocabulario de la Orden. Esta transmisión intenta explicar el sentido profundo y la razón de ser de nuestra manera de actuar y de comportarnos; y las razones que nos llevan a adoptarlas. En una palabra, debemos explicarles la Masonería, instruirlos en Masonería. Depende de nosotros que se conviertan en buenos masones, pues la naturaleza y la calidad de nuestros discursos son con la mayor frecuencia determinantes en la evolución de los demás. A ojos de los Hermanos, de todos los Hermanos, somos enseñantes; pero enseñantes que no enseñan lo esencial y que son conscientes de la imposibilidad de hacerlo. Ayudamos, señalamos el camino, rectificamos… pero cada uno ha de recorrer su propio camino.

En segundo lugar, en lo concerniente a los profanos, nuestro papel no es el mismo; no podemos, evidentemente, mostrar la Masonería de la misma manera. Por definición, los arcanos de la Orden, el detalle de sus procedimientos, debe permanecer en el secreto reservado sólo a los masones. Hemos jurado no revelarlos. El secreto es el fundamento mismo del método, del descubrimiento de sí mismo conforme se va progresando. Revelar este secreto abiertamente, sin ninguna precaución, supondría la negación misma de nuestro sistema.

Como contrapartida, se puede decir algunas cosas, mostrar cuál es nuestro ideal, expresar nuestros principios, recordarlos o proclamarlos, dirigirnos a lo que hay de más elevado en cada persona.

Todo esto quiere decir, una vez más, que la transmisión no puede existir ni cumplirse si no es por medio de la ejemplaridad.

Cualquiera que sea la calidad o la elevación de nuestros discursos, si las palabras no están de acuerdo con los actos no servirán de nada. Logramos transmitir cuando somos precisamente aquello que queremos transmitir, “mostrándolo” antes que “diciéndolo”. Sin excluir por ello, obviamente, el decir: Hay que decir, decir incansablemente… y mostrar, y poner al alcance de los ojos. Esta ejemplaridad debe ejercerse en todos los dominios. No se pueden mantener dos actitudes diferentes según se trate con masones o con profanos, pues no hay más que una actitud posible: ser conforme a los propios principios.

Se puede por tanto afirmar que es necesario transmitir y que de ello depende la supervivencia de la especie, la pervivencia del espíritu; que no podemos elegir, que estamos ante una necesidad vital. Al igual que transmitimos la vida biológica debemos transmitir la del espíritu, de manera que ambos, armoniosamente equilibrados, avancen a un mismo ritmo, que es la condición esencial para la realización del progreso de la humanidad.

Debemos transmitir nuestra Tradición, nuestra visión del hombre, de su papel y de su lugar en el mundo, debemos transmitir el espíritu. A la pregunta: “¿según qué método de transmisión?” sólo hay una posible respuesta: siendo ejemplares, encarnando los principios que queremos transmitir.

Y debemos transmitir a todos los hombres sin ninguna restricción, por cuanto somos universales.

Debemos transmitir un mensaje único en el espacio y en el tiempo. En el espacio, esto es, en toda la superficie de la tierra, y en el tiempo, es decir, a todas las generaciones futuras. Y en eso consiste nuestra misión.”

martes, 1 de diciembre de 2009

La Masonería de Marca en España


Integrado por 21 Logias de Maestros Masones de Marca y 12 Logias de Nautas del Arca Real, el Distrito de España de la Gran Logia de Maestros Masones de Marca de Inglaterra, Gales y sus Logias y Distritos de Ultramar, es una de las principales Obediencias Masónicas presentes en el panorama masónico español.

Con más de 150 años de existencia, este grado "colateral" del sistema masónico inglés centra su simbolismo en el lado más operativo de la construcción. El Maestro Masón debe realizar una obra con la cual obtiene su salario y recompensa. Previamente, el candidato al "adelanto" debe escoger su marca, única en el registro de su Logia, que utilizará para que su trabajo sea reconocido.

La leyenda del grado se sitúa a continuación de la desaparición del Maestro Hiram, siendo las obras dirigidas por su sucesor Adoniram. Para muchos masones, la Masonería de Marca permite entender mejor el Segundo Grado así como comprender muchas de las referencias hirámicas de la masonería "azul" que se hayan en los rituales de los tres primeros grados.

Otra peculiaridad de esta Orden son los llamados "token" o fichas, que sirven para que los obreros reciban su paga por las obras realizadas, siendo el Primer Vigilante el encargado de esta función. Las Logias suelen contar con tokens con su diseño personalizado.








En Madrid trabajan las logias Arquímedes 1684 y Madrid 1722

Antiguos documentos masónicos. Introducción a la historia de la francmasonería

Este libro ofrece una introducción al estudio de la esencia, principios, historia y ritos de la Francmasonería universal, realizado a partir de sus principales fuentes y documentos directos (se incluyen en sus páginas veintiséis de los textos masones más relevantes –constituciones, reglamentos y estatutos fundacionales- fechados entre el año 926 y 1875), precedidos por sendos trabajos que versan, respectivamente, sobre el estado actual de la Francmasonería, tanto en España como fuera de nuestras fronteras, junto con una explicación de los diferentes ritos existentes: Emulación, Escocés Antiguo y Aceptado, Escocés Rectificado, York, Francés, Menfis Mizraim, Sueco, etc; así como sobre el pasado histórico de la Francmasonería desde la Antigüedad (Mesopotamia, Oriente Medio, Grecia y Roma), pasando por la Edad Media y Moderna en Europa, hasta la actualidad

Antiguos documentos masónicos. Introducción a la historia de la francmasonería
Corral Baciero, Manuel y Encinas Moral, Ángel Luis
ISBN:978-84-7813-351-2
Numero de páginas:368
Formato:17x24
Precio: 26 €